Finalmente se hizo la tercera reunión el 29 de septiembre, aunque inicialmente se fijó para julio, pero hubo que retrasarla. ¡Ojo!, que aún así, de los 5 asistentes había tres que no habían terminado el libro, alguna ni siquiera había llegado a la mitad…. Muy deficiente, chicas, una de las obras cumbres de la literatura y en una extensión muy asequible, que no es Guerra y paz ;-)))
Castello di Donnafugata
Il Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa
https://es.wikipedia.org/wiki/El_gatopardo
El Gatopardo
El libro, como se comentó en la reunión, se lee fácilmente, aunque parece que la primera parte es un poco más pesada.
Asistentes a la reunión:
Natalia M
Merche O
Rocío P
Carolina S
Belén R
Y en esta ocasión se contó también con un ayudante de audiovisuales, Rodrigo S.
Empezamos la reunión con la presentación de powerpoint (el powerpoint no ha muerto) que resumía parecidos y diferencias entre nuestro Príncipe Fabrizio y otro personaje de ficción también siciliano. La idea que en principio parecía buena, a la hora de realizar el estudio resultó que no lo era tanto, más que nada porque los parecidos, que los había, eran escasos. El Comisario Montalbano, protagonista de novela policíaca llevada a televisión y que tiene gran éxito en Italia y fuera de ella, era nuestro personaje para confrontar con el Príncipe, pero resultó demasiado prosaico y plebeyo para que fueran comparables.
Se comparan sus semejanzas, como ya se ha dicho, y se concluye lo siguiente:
Aunque son dos personajes de ficción comparten rasgos:
- La historia de ambos se desarrolla en la provincia de Ragusa , por lo que hay cierta coincidencia espacial. Ambos viven apartados del trasiego de la ciudad
- Cierto fatalismo y desilusión y algo de pasotismo
- Amor por su tierra, Sicilia
- Desconfianza hacia los políticos y colaboración política por necesidad, sin mucha implicación
- Carácter un poco machista, cierta incomprensión de las necesidades femeninas
- De fondo aparece el tema de la Mafia, pero sin mucha profundidad
Presentación comparativa entre Principe Fabrizio y Comisario Montalbano (en powerpoint)
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PRESENTACIÓN DE EL GATOPARDO
Se recuerda a Natalia que se le hicieron llegar algunos episodios de la serie para que la pudiera ver antes de la reunión. Pero responde que no tiene constancia y que sigue sin conocer la serie, que ha sido muy recomendada por Belén (por eso hace esta presentación).
Se comentan las ideas centrales del libro acerca de la decadencia de la clase aristocrática y el ascenso de la burguesía. De la poca permeabilidad que había entonces entre las clases sociales y de la existencia de los oportunistas, retratados en el personaje del sobrino, Tancredi, quien siempre se alista en el bando más conveniente para él.
A continuación Merche hace una sinopsis de la biografía del autor, en algunos momentos con mucha relación con la del protagonista de la novela, quien era su propio antepasado. Hay que recordar también que muchos pasajes de la historia por fantásticos que parezcan se basan en hechos reales, como la existencia de una antepasada que fue monja en un convento que patrocina la familia y que fue elevada a los altares.
También en lo referente a las descripciones de los palacios, alguno de ellos lamentablemente se destruyó en la guerra.
Palacio Valguarnera-Gangi de la película de El Gatopardo
Palazzo del gattopardo
Resumidamente, Giuseppe Tomasi fue un hijo único que pasó una infancia muy solitaria de lo cual se derivó su gran afición a la literatura. Tenía a su disposición importantes bibliotecas que fueron su entretenimiento mucho años.
Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa y duque de Palma di Montechiaro, nació en Palermo, hijo del príncipe Giulio Maria Tomasi di Lampedusa y de la princesa Beatrice Mastrogiovanni Tasca di Cutò. Su título proviene de la isla de Lampedusa, el territorio italiano más meridional.
Se convirtió en hijo único tras la muerte de su hermana de corta edad, Stefania, a causa de la difteria y se mantuvo muy ligado a su madre, mujer de fuerte personalidad y que tuvo una gran influencia sobre él. Su relación fue muy distinta con su padre, hombre de carácter frío y desapegado. Su infancia transcurrió en los palacios paternos de Palermo y de Santa Margherita di Belice «por cuyas estancias fue aprendiendo el camino de la soledad y la compañía de los libros». De niño estudió en el domicilio familiar de Palermo donde fue educado por una maestra, por su madre, que le enseñó francés, y por su abuela, que le leía las novelas de Emilio Salgari. En el pequeño teatro de la casa de Santa Margherita di Belice, donde pasaba largas vacaciones, asistió por primera vez a una representación de Hamlet a cargo de una compañía de cómicos errantes.
Fue a la guerra y vivió en el extranjero, escribió algunos ensayos, uno sobre Stendhal, al que admiraba, y también artículos. Algunas de sus escasas obras son:
- Recuerdos de infancia (autobiografía).
- Lecciones sobre Stendhal (ensayo).
- Conversaciones literarias (lecciones sobre literatura francesa).
Se casó con una mujer lituana, con ella convivió algunos años, pero siempre con problemas por las diferencias con su madre, quien vivía también con ellos. Se separó, pero su mujer volvió a vivir con él al huir de la guerra.
La gran tragedia de su vida fue no ver publicado su libro, ya que fue rechazado en varias ocasiones por las editoriales. Irónicamente al publicarse un año después de su muerte fue un gran éxito de forma inmediata.
Incluso el gran director Luchino Visconti llevó al historia al cine con Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale de protagonistas. En su momento no se entendió que un maestro del cine realista italiano se embarcara en esta empresa de una película de época, aparentemente lejos de sus intereses. Sin embargo, quedó demostardo que la trama aborda cuestiones universales e intemporales que sí tenían relación con el neorrealismo italiano.
Película El Gatopardo
Una frase del libro se hizo popular, acuñandose el termino «lampedusiano» en relación a ella.
«Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie».
Se comenta sobre el momento histórico de la novela y como gracias a ella se conoce un poco más de la historia de Italia y de la revolución que hizo Garibaldi y que es con lo que empieza la novela.
Al final acabamos hablando de política, de Hannah Arendt y su «banalidad del mal». De si es bueno ir con el rebaño y de si es lo que hacemos aunque no queramos.
Hanna Arendt alertó en su momento, durante los juicios a nazis en Israel, sobre algo que escandalizó a todos y que le granjeó la enemistad de muchos. Que algunos nazis no eran conscientes de la maldad de sus actos y que se consideraban a sí mismos meros burócratas inocentes. La explicación que Arendt daba es la existencia de una tara, que consiste en una deficiencia de espíritu crítico que conducía a la mencionada «banalidad del mal».
También se habló sobre ver la película de El Gatopardo, como algo recomendable y se propusó hacer alguna reunión que tratara sobre alguna película interesante. En relación con todo lo comentado se propone la película de La ola para una futura reunión. Pero para la próxima reunión que se fija el día 19 de noviembre, el libro propuesto es el que ya se había mencionado la reunión anterior:
«Una letra femenina azul pálido», de Franz Werfel (se puede leer en alemán)
Más cosas sobre el Gatopardo, citas y curiosidades
CITAS
“Como siempre, la consideración de su muerte lo serenaba tanto como lo turbaba la muerte de los demás. Tal vez porque, en fin de cuentas, su muerte era el final del mundo”. (pág. 299).
Las escenas de la muerte del protagonista son muy poéticas. Don Fabrizio hace un resumen de su vida, repasa los momentos placenteros y a los seres queridos. El lenguaje se embellece con las imágenes de la arena, el río, el mar, elementos que sirven para describir la vida que se escapa; y la muerte que llega en forma de mujer:
“Era ella, la criatura deseada siempre, que acudía a llevárselo. Era extraño que siendo tan joven se fijara en él”. (pág. 328).
Un palacio del que se conocían todas las habitaciones no era digno de ser habitado.
¿Qué haría el Senado de mí, de un legislador inexperto que carece de la facultad de engañarse a sí mismo, este requisito esencial en quien quiere guiar a los demás?
Cierto es que los dones hay que valorarlos en relación con quien los ofrece: un campesino que me da un pequeño cordero suyo me hace un regalo mayor que el príncipe de Làscari cuando me invita a comer.
Por el rey, es verdad, pero… ¿Por qué rey? (…) Si allí no estamos también nosotros -añadió- ésos te endilgan la república. Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?
Todo esto no tendría que durar, pero durará siempre. El siempre de los hombres, naturalmente, un siglo, dos siglos…Y luego será distinto, pero peor. Nosotros fuimos los Gatopardos, los leones. Quienes nos sustituyan serán chacalitos y hienas, y todos, gatopardos, chacales y ovejas, continuaremos creyéndonos la sal de la tierra.
¿De qué tiene miedo? Aquí solamente estamos nosotros, el viento y los perros. La lista de los testimonios tranquilizadores no era, a decir verdad, muy feliz: el viento es parlanchín por definición, y el príncipe era a medias siciliano. De absoluta confianza solamente eran los perros y sólo porque estaban desprovistos de lenguaje articulado.
(…) Pero la llegada de los jovencitos enamorados fue la que despertó realmente los instintos escondidos en la casa. Mostrábanse ahora por todas partes como hormigas a las que ha despertado el sol, no tan malévolos, pero llenos de vitalidad. La arquitectura, la misma decoración rococó, con sus curvas imprevistas evocaban incluso tendimientos y senos erectos. Cada puerta, cuando se abría, crujía como una cortina de alcoba.
Un hombre de cuarenta y cinco años puede creerse joven todavía hasta el momento en que se da cuenta de que tiene hijas en edad de amar. El príncipe se sintió súbitamente envejecido. Olvidó las millas que recorría cazando, los «Jesús María» que sabía provocar, la propia lozanía actual al final de un largo y penoso viaje. De pronto se vio a sí mismo como una persona canosa que acompaña un cortejo de nietos a caballo en las cabras de Villa Giulia.
El cansancio estaba fuera de toda proporción con respecto a los resultados, porque incluso a los más expertos tiradores se les hace difícil dar en un blanco que casi nunca existe; y era mucho si el príncipe, de regreso, podía hacer llevar a la cocina un par de perdices, del mismo modo que don Ciccio se consideraba afortunado si por la noche podía depositar sobre la mesa un conejo, el cual, por lo demás, era ipso facto ascendido al grado de liebre, como es costumbre entre nosotros.
(…) -Pero esto no es razonar, Fabricio �replicaba Malvica-, no todos los soberanos pueden estar a la altura, pero la idea monárquica continúa siendo la misma. También esto era verdad. -Pero los reyes que encarnan una idea no deben, no pueden descender, por generaciones, por debajo de cierto nivel; si no, mi querido cuñado, también la idea se menoscaba.
He tenido con ella siete hijos y jamás le he visto el ombligo. ¿Esto es justo? -Gritaba casi, excitado por su excéntrica angustia-. ¿Es justo? ¡Os lo pregunto a todos vosotros! -Y se dirigía al portal de la Catena-. ¡La pecadora es ella!
No somos ciegos, querido padre. Solo somos hombres. Vivimos en una realidad móvil a la que tratamos de adaptarnos como las algas se doblegan bajo el impulso del mar. A la santa Iglesia le ha sido explícitamente prometida la inmortalidad; a nosotros, como clase social, no. Para nosotros un paliativo que promete durar cien años equivale a la eternidad. Podremos acaso ocuparnos por nuestros hijos, tal vez por los nietos, pero no tenemos obligaciones más allá de lo que podamos esperar acariciar con estas manos. Y yo no puedo preocuparme de lo que serán mis eventuales descendientes en el año 1960. La Iglesia sí debe preocuparse, porque está destinada a no morir. En su desesperación se halla implícito el consuelo. ¿Y cree usted que si pudiese salvarse a sí misma, ahora o en el futuro, sacrificándonos a nosotros, no lo haría? Cierto que lo haría, y haría bien.
En Sicilia no importa hacer mal o bien. El pecado que nosotros los sicilianos no perdonamos nunca es simplemente le de hacer. Somos viejos, Chevaley, muy viejos. Hace por lo menos veinticinco siglos que llevamos sobre los hombros el peso de magníficas civilizaciones heterogéneas, todas venidas de fuera, ninguna germinada entre nosotros, ninguna con la que nosotros hayamos entonado. Somos blancos como lo es usted, Chevalley, y como la reina de Inglaterra; sin embargo, desde hace dos mil quinientos años somos colonia. No lo digo lamentándome, la culpa es nuestra. Pero estamos cansados y también vacíos.
Los sicilianos no querrán nunca mejorar por la sencilla razón de que creen que son perfectos. Su vanidad es más fuerte que su miseria. Cada intromisión, si es de extranjeros por su origen, si es de sicilianos por independencia de espíritu, trastorna su delirio de perfección lograda, corre el peligro de turbar su complacida espera de la nada. Atropellados por una docena de pueblos diferentes, creen tener un pasado imperial que les da derecho a suntuosos funerales.
Describiendo el jardín “Cada terrón trascendía un deseo de belleza agotado pronto por la pereza” pág. 13
“Era un jardín para ciegos: la vida era ofendida constantemente; pero el olfato podía extraer de todo él un placer fuerte, aunque no delicado. Las rosas Paul Neyron, cuyos planteles él mismo había adquirido en París, habían degenerado. Excitadas primero y extenuadas luego por los jugos vigorosos e indolentes de la tierra siciliana, quemadas por los julios apocalípticos” pág 13-14
“Todavía soy un hombre vigoroso y ¿cómo puedo contentarme con una mujer que, en el lecho, se santigua antes de cada abrazo y luego, en los momentos de mayor emoción, no sabe decir otra cosa que ¡Jesús, María!? Cuando nos casamos, cuando ella tenía dieciséis años, todo esto me exaltaba, pero ahora… ” pág. 33
Respecto de Angélica: “Avanzaba despacio, haciendo mover la amplia falda blanca, y poseía la calma e invencibilidad de la mujer que está segura de su belleza” pág. 101
“Halló refugio en la Prudencia, la más dúctil y la de más fácil manejo de todas las virtudes cardinales” pág. 166
De Angélica: “poseía demasiado orgullo y excesiva ambición para ser capaz de esta anulación, provisional, de su personalidad, sin la cual no hay amor.” Pág. 182
“Porque el significado de un noble linaje se halla todo en las tradiciones, es decir, en los recuerdos vitales, y él era el último en poseer recuerdos insólitos, distintos de los de otras familias.” Pág. 315
“Efectivamente, Carolina formaba parte de ese grupo de católicos que están convencidos de que poseen las verdades religiosas más a fondo que el Papa” pág. 328
EL ESPLENDOR ANTIGUO DE LOS LAMPEDUSA
http://www.evolterra.com/?p=522
Se le reprochó a El Gatopardo, naturalmente, que retornaba al realismo decimonónico en vez de abrazar el neo-realismo social entonces imperante, que estaba escrita según métodos anticuados y no incorporaba los avances vanguardistas consagrados desde mucho antes en la literatura europea. Desde el ángulo del historicismo oficial, molestó porque presentaba una visión escéptica del Risorgimento, el movimiento de unificación italiana, señalando con crudeza los aspectos antiheroicos y burgueses de la revolución. La Iglesia católica condenó el escaso apego que muestra el aristócrata protagonista por la religión oficial de su linaje secular. En fin, a muchos sicilianos pareció excesivo el juicio tan negativo que se hace de ellos y de Sicilia en su realidad y su historia. El príncipe los retrata en una de sus conversaciones con desprecio: indolentes y violentos, resignados a ser colonizados por uno u otro imperio, desde los fenicios a los Borbones: “los sicilianos no querrán nunca mejorar por la sencilla razón de que creen que son perfectos. Su vanidad es más fuerte que su miseria”. A pesar de todo, la novela recibió en 1959 el prestigioso premio Strega y los críticos tuvieron pronto que empezar a matizar su rechazo inicial en vista de que el poeta francés Louis Aragón publicó un comentario altamente elogioso de la que consideró, algo exageradamente, una obra maestra del siglo XX, “la única novela italiana”
Los lugares de la infancia de Giuseppe Tomasi di Lampedusa
César Antonio Molina. Escritor y ministro de Cultura del Gobierno español
http://www.iemed.org/publicacions/quaderns/10/q10_303.pdf
En la historia de la literatura encontramos varios autores que desarrollaron su obra alrededor de unos lugares de su memoria, presentes en la cultura en la que crecieron, en su infancia y en su tiempo. Con estos lugares establecerían un diálogo que daría sentido a su obra literaria e indagaría en el pasado, pre – sente y futuro de su cultura y su memoria personal. Uno de los casos más fascinantes es el del escritor y aristócrata italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, que en uno de sus más célebres relatos, Los lugares de mi infancia, describe: «La casa de Palermo tenía también unas dependencias en el campo que multiplicaban su encanto. Eran cuatro: Santa Margarita di Belice, la villa de Bagheria, el palacio en Torretta y la casa de campo en Raitano. Había también la casa de Palma y el castillo de Montechiaro, pero a éstos no íbamos nunca.»
De entre todos estos lugares hay que destacar dos: Palma di Montechiaro, que alberga la casa y el castillo a los que se refiere Lampedusa, y Santa Margherita di Belice. En una carta enviada a su amigo Enrico Merlo, le escribe: «El palacio de Donnafugata es justamente el de Santa Margherita, mientras que para el pueblo entero, la referencia es la Palma di Montechiaro.» En la misma carta se hacen otras confesiones muy interesantes con respecto a los personajes que aparecen en su más célebre novela, El Gatopardo: «Es superfluo decirte que el príncipe de Salina es el príncipe de Lampedusa, Giulio Fabrizio, mi bisabuelo; todo es real: la estatura, las matemáticas, la falsa violencia, el escepticismo, la mujer, la madre alemana, el rechazo a ser senador.» Con respecto al padre Pirrone dice que existió, aunque él mejoró al auténtico, haciéndolo más sensible e inteligente. Con respecto a Tancredi y Angelica, argumentaba a su confidente: «Tancredi es, físicamente y en sus maneras, Gio; moralmente, una mezcla del senador Scalea y Pietro, su hijo. Angelica no sé quién podría ser, pero recuerda que Sedara, como nombre, se asemeja mucho a Favara.» Palma di Montechiaro
Palma di Montechiaro fue fundada a mediados del siglo XVII por los Tomasi. Es el lugar de origen del título medieval de la familia.
Para Giuseppe este ámbito, bello pero duro, representaba la Sicilia feudal, la de los grandes dominios agrícolas. Palma está a una veintena de kilómetros de Agrigento, es decir, a bastantes kilómetros de Palermo, en el sur de la isla. Durante muchos siglos fueron removidas sus tierras para obtener azufre.
La estirpe familiar del escritor se remonta a Palmerio De Caro, un militar catalán. A finales del siglo XIV , Mario Tomasi, un caballero que había llegado a Sicilia con el séquito del virrey Colonna, se casó con la última De Caro. Los hijos gemelos habidos del matrimonio, Carlo y Giulio, serán los fundadores de Palma.
Los Tomasi eran muy católicos y contrarreformistas. Trataron de reproducir en la creación de Palma la planta sagrada de la ciudad de Jerusalén. La ciudad fue proyectada por el científico y astrónomo ragusano Giovanni Battista Hodiema, que luego fue su primer arcipreste. En el año 1678, Palma tenía más de 3.000 habitantes. Disponía de 11 iglesias, 32 sacerdotes y 20 monjes. El cardenal Giuseppe Maria Tomasi (1649-1713) impulsó la cultura y las artes. De este ambiente bullicioso dieron cuenta el abate Saint-Non, que visitó Sicilia a finales del siglo XVIII , así como los viajeros ingleses y alemanes Henry Swinbume, que escribió Travels in the two Sicilies (1783), y Heinrich Bartels, que redactó a su vez Briefe uber Kalabrien und Sizilien (1787-1791).
Todos ellos mostraron su sorpresa por la arquitectura y la naturaleza de Palma repleta de almendros y bosques de palmeras. La misma admiración provocó el lugar en el poeta Leopold Stolberg, también a fiinales del siglo de la Ilustración. En esta ciudad, cuya naturaleza es proclive para la mística, surgieron el Duque Santo, Giulio Tomasi; sor María Crocifissa, nombre religioso de Isabella Domenica Tomasi, y Giuseppe Maria Tomasi, subido a los altares en el año 1986
Los edificios más sobresalientes de Palma son el Palacio Ducal, la Chiesa Madre, el monaste – rio de los benedictinos y la Casa degli Scolopi, hoy sede del ayuntamiento. También se puede visitar el Calvario y el castillo de Montechiaro. El Palacio Ducal fue levantado a mediados del siglo XVII por Giulio Tomasi, duque de Palma y, a partir del año 1667, primer príncipe de Lampedusa. Tiene unos magníficos techos de madera sobre los cuales campaba el escudo de armas con el gatopardo, hoy desaparecido como parte del revestimiento del techo. En la novela se evocan las estancias del Duque Santo en la parte más remota del palacio: «Allí, a mediados del siglo XVII , un Salina se había retirado como en una especie de convento privado, para hacer penitencia y preparar su propio itinerario hacia el cielo.»
Tancredi y Angelica, que recorren en la ficción los lugares más secretos de este recinto en – tre juegos de amor, se encuentran con un inmenso crucifijo colgado de una pared y, junto al cadáver divino, «un látigo de cuyo corto mango partían seis tiras de cuero ya endurecido, con seis bolas de plomo en los extremos, gruesas como avellanas. Era la “disciplina” del Duque Santo. En aquella habitación Giuseppe Corbera, duque de Salina, se daba azotes en presencia de su Dios y de su feudo, y debía parecerle que las gotas de sangre lloverían sobre las tierras para redimirlas […]» Ahora el palacio alberga un museo arqueológico. Cuando lo visité, hace unos años, había una exposición temporal dedicada a la familia Tomasi. A finales de 1999 se publicó en la prensa la noticia de que un enterrador heredaba «el palacio de verano del Gatopardo». El último propietario de este inmueble fue un caballero siciliano que siempre vestía de negro. Don Calógero Comparato sorprendió a sus primos, los Caputo de Caltanissetta, desheredándolos, y dejó todo lo que tenía a Rosario di Falco, más conocido como don Saro, su fiel criado durante años. La familia impugnó el documento y desconozco cuál es la situación legal al día de hoy.
La Chiesa Madre es obra del arquitecto Angelo Italia. Es de piedra blanca. Se asciende a la misma a través de una alta y extraordinaria escalinata. Su estilo es barroco. A los pies de la escalinata monumental se alza la iglesia de Santa Rosalía (hoy sin culto), que fue levantada por Tomasi al mismo tiempo que la ciudad. Aún conserva sobre la arcada pétrea de la puerta principal el escudo de armas de la familia.
El convento benedictino fue con anterioridad el primer domicilio de los duques. Lo habitaron mientras se fue levantando la ciudad. El convento está junto a la capilla, que conserva un retrato de Giuseppe Maria, el santo de los Tomasi; los restos de Isabella (sor Maria Crocifissa) y del Duque Santo; los recuerdos de la visita del diablo a la monja; así como ropas, manuscritos y cartas de Isabella y de Giuseppe Maria Tomasi. La novela nos dice: «La costumbre secular exigía que a la mañana siguiente de su llegada la familia Salina se dirigiese al Monasterio del Santo Spirito para rezar ante la tumba de la beata Corbera –antepasada del príncipe– quien había fundado aquel convento, lo había dotado, y en él había vivido y muerto santamente.» El con – vento, como aún hoy en día, era de clausura y los hombres –excepto el príncipe de Salina y el rey de Nápoles– tenían prohibida la entrada. Al príncipe «en aquel sitio todo le gustaba, empezando por la humildad del tosco locutorio, la bóveda de cañón en cuyo centro danzaba el Gatopardo, la doble reja para las conversaciones, el pequeño tomo de madera para la salida y entrada de los mensajes, la puerta sóli – damente ajustada […] Se asombraba siempre al ver enmarcadas en la pared de una celda las dos célebres e indescifrables cartas; la que la beata Corbera había escrito al diablo para exhortarlo a abrazar el bien y la respuesta de éste, donde al parecer lamentaba no poder obedecerla». Ambas misivas son ilegibles, al menos para el común de los mortales. ¿Quién redactó la del diablo? Otros monumentos son la Chiesa dell’Istituto delle Scuole Pie y el antiguo Convento degli Scolopi.
El instituto fue creado por Giuseppe Maria Tomasi, hijo primogénito de Giulio. Renunció a todos los derechos en favor de su hermano Ferdinando para entrar en la orden de los Teatini, y llegó a cardenal en el año 1717. El convento hospedaba a los seminaristas que el cardenal enviaba de Roma, y hoy es la sede del ayuntamiento. El castillo de Montechiaro se alza sobre el mar. Lo mandó levantar la familia Chiaramonte en el siglo XIV y, dos siglos después, pasó a ser propiedad de los Tomasi di Lampedusa. La pequeña capilla de su interior custodia una estatua de mármol de la Virgen de Montechiaro, obra de Antonello Gagini.
Lampedusa visitó Palma di Montechiaro en los últimos años de su vida. Aunque allí ya no quedaba nada de su propiedad, él seguía siendo el descendiente de aquellos santos tan queridos por los paisanos. El escritor volvió a hacer el mismo recorrido que su príncipe de Salina hacía todos los años, y fue recibido con el mismo cariño y respeto por las religiosas.
Santa Margherita di Belice era el lugar preferido de Lampedusa. Allí pasaba la familia largos meses estivales e incluso otoñales. «Era una de las más hermosas casas que he visto jamás», comenta el narrador en Los lugares de mi infancia. Construida en el año 1680, fue completamente reconstruida en 1810 por el príncipe Niccoló Filangeri di Cutó, padre de su bisabuelo materno, con motivo de la larguísima estancia de Fernando IV y María Carolina, huidos de Nápoles cuando entraron las tropas napoleónicas de Murat. La casa tenía 100 habitaciones, tres inmensos patios, caballerizas y cocheras, una iglesia, un enorme y hermosísimo jardín y un gran huerto. Disponía además de un teatro de 300 localidades.
Desde el año 1080, estaban colgados de las paredes del Pa – lacio todos los antepasados Filangeri. «Había una biblioteca con armarios de ese sabroso estilo del siglo XVIII siciliano, llamado “estilo de Badia”, parecido al veneciano florido, pero más rudo y menos acaramelado.» La lista de libros que enumera Lampedusa era fabulosa: la Encyclopédie de Diderot, las obras de Voltaire, varias ediciones ilustradas hermosísimas de El Quijote , fábulas de La Fontaine, novelas de Zola, etc. También había una gran colección hemerográfica. En El Gatopardo aparece el siguiente comentario: «Aquéllos eran, precisamente, los años en que, a través de las novelas, se fueron formando los mitos literarios que todavía hoy dominan en las mentes europeas; sin embargo, Sicilia, en parte por su tradicional impermeabilidad a lo nuevo, en parte por su generalizada ignorancia de cualquier idioma extranjero, en parte, también hay que decirlo, por la vejatoria censura borbónica que se ejercía a través de las aduanas, desconocía la existencia de Dickens, de Eliot, de Sand, de Flaubert, e incluso de Dumas. Con todo, mediante una serie de subterfugios, un par de volúmenes de Balzac habían llegado a las manos de Don Fabrizio, quien se había atribuido el cargo de censor familiar; los había leído y luego, disgustado, se había deshecho de ellos pasándoselos a un amigo por el que no sentía excesivo aprecio: eran, había dicho, el fruto de un ingenio poderoso, sí, pero también extravagante y con ciertas “ideas fijas” (hoy diríamos que eran “monomaníacos”); juicio apresurado, como puede verse, pero no carente de agudeza. Así pues, el nivel de las lecturas era más bien bajo, condicionado como estaba por respeto al virginal pudor de las muchachas, a los escrúpulos religiosos de la Princesa, y también al propio sentido de la dignidad del Príncipe, que de ninguna manera se hubiera permitido leer “porquerías” en presencia de toda la familia.»
La casa estaba llena de tapices, pinturas y riquísimo mobiliario. Había también una iglesia que, además, era la catedral de la localidad de Santa Margherita. Grande y hermosa, «recuerdo que de estilo Imperio, con grandes frescos feos, incrustados entre los estucos blancos del techo, como los de la iglesia de la Olivella en Palermo, a la que se parecía mucho». En esta ciudad aprendió a leer la Biblia, los Evangelios y la mitología clásica. Y también fue donde por vez primera vio representaciones teatrales. «Era un verdadero teatro con dos hileras de once palcos cada una, más una cazuela y, como es natural, la platea. La sala era toda blanca y oro con cabida, por lo menos, para trescientas personas. Los asientos y las paredes de los palcos eran de terciopelo azul muy claro. El estilo era Luis XVI, simple y elegante. En el centro se destacaba el equivalente del palco real, es decir, nuestro palco […]» También en este teatro vio por vez primera una proyección cinemtográfica. Palacio e iglesia quedaron destruidos por el terremoto de 1968. El palacio fue reconstruido como un edificio moderno y, aunque conservó algunas partes del anterior, no tiene nada que ver con el lugar en el que vivió Lampedusa. La iglesia sólo conserva lienzos y muros con algunas pinturas y se encuentra totalmente a cielo descubierto
El jardín es el único lugar que guarda el aroma nostálgico de los tiempos que cantó el escritor, ya que el paso del tiempo y la decadencia anunciada ya en el esplendor que Lampedusa retrató de forma tan fascinante, han borrado sus huellas. Por ello, la mejor manera de pasear hoy día por los lugares de la memoria del escritor italiano es a través de sus obras, en las que nos lleva a hacer un viaje, a establecer un diálogo con todo aquello que fue su mundo, su tiempo, su cultura.